martes, 22 de mayo de 2018

Dualidades paralelas: Historia de un ascensor y momentos imborrables en el pueblo.

*Basado en hechos reales.

Queriendo imitar o parafrasear a la gran de obra de Buero Vallejo titulada Historia de una escalera, me veo en la necesidad total, debido a los sentimientos transmitidos, de compartir lo vivido en primera persona no hace muchos días: Entrando poco a poco en contexto, era mediodía y tocaba llegar a mi piso de Madrid con la clara intención de comer para volver al trabajo por la tarde. El día era algo más que primaveral debido al calor ya sofocante y, sin querer ocultarlo, era el típico mediodía en el que llegaba con prisa y con el autoestima con algo de cansancio porque, al fin y al cabo, pensaba que el fin de la semana laboral tardaba demasiado en llegar. Sin embargo, tras entrar al portal, toda esa sensación enrarecida cambió porque, sin lugar a dudas, es alucinante lo que puede cambiar todo con esos pequeños detalles y aún más, los detalles inmateriales: Regalar abrazos, consejos, tiempo y sonrisas interminables, es decir, esas intenciones que le hacen a alguien aún más grande. Nada más entrar al portal, pude ver como un ascensor que me llevaría al piso 11, casi se me escapa literalmente por escasos segundos, sin embargo, una mujer vecina que se dirigía al piso 13 tuvo la amabilidad de abrir la puerta para que no perdiese dicho ascensor. Aquel acto amable fue simplemente el comienzo de un cambio total en mi semblante para ir sonriendo progresivamente, todo ello, porque nada más comenzar a subir hacia los primeros pisos hasta el final del trayecto, ella con todo el carisma del mundo, me dijo buscándome con la mirada de querer aconsejarme: “Hay que ver, bendita juventud. Tenéis que luchar, no dar nada por perdido, insistir y perseverar por cómo están cambiando las cosas. La esperanza es lo último que se pierde y, chico, te lo dice una mujer que fue todos los días a ver a su propia madre en coma durante cuatro años y, finalmente, no despertó”. En ningún momento salvo ese inesperado final, dejé de acrecentar mi sonrisa y, tras unos breves segundos de silencio, accedí a salir del ascensor pero no, no pude aguantarme y, también tras casi cerrar la puerta del ascensor al salir, volví a abrir para simplemente decir: “Adorable no es solo que exista gente así, como usted, con sus historias, heroico es que usted haya abierto su interior para contar algo tan íntegro dados los tiempos que corren. Y dado que usted ha tenido el detalle de contarme algo, creo que me toca a mí decirle que, no hace mucho tiempo, una más que importante chica me agradeció con su corazón en la mano el darle un consejo y decirle que hay que creer más que nunca y que la esperanza es lo último que se pierde en cuanto a ser agradecidos e impartir amor del bueno incluso en los actos, haciendo una clara referencia a alguien que, sin pensarlo ni un solo segundo, dio seguramente un abrazo inolvidable a alguien que de su entorno que, casi sin darse cuenta, significa un todo. Y es que creo firmemente que lo que hay que hacer, por encima de todo y siempre que se pueda, es disfrutar con cabeza de esos momentos a modo regalo que no nos puede otorgar cualquiera en estos momentos que discurren”.

Tras aquello y mirarnos finalmente con una mirada de gratitud por el intercambio de opiniones, accedí definitivamente a entrar a mi piso con una sensación total de que me invadiesen los pensamientos y, con toda la efusividad de ello, cerré la puerta de mi piso para inmediatamente dar lugar a pensar que: No hay mayor honor, regalo y privilegio que ser uno mismo tanto como para ti mismo como también para alguien, con tus virtudes y defectos, incluyendo tus miserias y, encima, que ese alguien decida quedarse para y pese a todo. Y lo digo porque existen personas únicas con características, detalles, miradas y rasgos que no es que no solo no los tenga cualquiera sino que son casi imposibles de ver y que, sin dudarlo un solo segundo, no solo te hacen creer que mantienes la fe total en conocer a alguien irrepetible sino que te vas dando completamente cuenta de que no puedes darte el capricho de desprenderte de personas así, tan brutalmente completas en todos los sentidos. ¿Y sabéis por qué? Porque la cuestión no es compartir miradas, sino que sean recíprocas, no es ayudar a alguien sino ser ejemplos de un máximo apoyo desinteresado que no sea otra cosa que sea sentirlo, no es transmitir a alguien ser imprescindible sino no poder hacerte ni tan siquiera a la idea de que es imposible estar sin su imagen y no solo eso sino, incluso lo más importante, sentir que eres tú mismo, que no has cambiado, sino que has evolucionado para mejorar y con creces mediante el brillo que emiten tus propios ojos.

Por otro lado, este fin de semana pasado han sido Fiestas en Honor a San Bernardino 2018 en mi pueblo Velada y, sin exagerarlo ni dudarlo ni tan siquiera un momento, esta celebración me ha llevado una vez más a darme verdaderamente cuenta de saborear los momentos porque, sinceramente, he podido disfrutar más que de lo lindo de un conjunto variado formado por: Las bodas de oro, personas vinculadas a nuestro pueblo y que llevan exactamente casadas-unidas en matrimonio durante 50 años y es que, sinceramente, actos así te hacen darte cuenta de que el sentimiento de orgullo de tal durabilidad llena a uno mismo. Tras ello, antes de medianoche, tocó disfrutar de una comunión en compañía de familia y amigos en Navalcán. Y como colofón a la noche, llegando de vuelta a Velada sobre las 02:15 y teniendo la certeza de querer quedarme en casa mientras mis padres se habían quedado en la plaza tomando unos churros, pero: ¿De verdad hablaba en serio con querer quedarme en casa cuando mis padres llegaban a casa sobre las 03:00 diciéndome “nos han preguntado algunas personas sobre que si no bajabas, y uno de ellos tu primo Alejandro diciéndome que el concejal más joven de nuestro pueblo debería dar ejemplo”? Pues dicho y hecho. Sí, de esas noches en las que tu sentimiento de felicidad notoria no se te quita de la cara y, más aún, por esos momentos y personas que te potencian dicha sonrisa cada día y eternamente. Nada más llegar a la plaza, todo fue disfrutar, compartir momentos con gente que es capaz de decirte “Marcos, eres buena gente y, encima a pesar de que tengamos pensamientos diferentes, después de tomarnos algo que sé que no me vas a negar, tengo que reconocerte algo y es: Eres buena gente, nos conocemos desde pequeños, hemos jugados partidos como rivales y escasas veces te he ganado. Pero, ante todo, eres un amigo al que quiero porque casi todo el mundo como yo decimos que tienes buen corazón y dices todo tal cual lo sientes, como dar recuerdos a mi padre hacia a mi o estar orgulloso de nuestro pueblo nombrándolo desde el afecto que te caracteriza siempre que tienes ocasión”. Pues mira, amigo Álvaro, aquí quiero plasmar lo que te dije literalmente la noche de este sábado pasado: “Mírame a los ojos y escúchame; ¿Has notado alguna vez la sensación íntegra de sentirte completo y tú mismo hasta el punto de disfrutarlo tanto que, muchas veces, sentirte la persona más afortunada del mundo por sentir eso, una situación de que, pese a todo, eres feliz de verdad?” Inmediatamente, surgió el abrazo dado entre nosotros y, absolutamente sin mirar en ninguna ocasión el reloj, puedo decir que disfruté como no hace mucho tiempo que no lo hacía hasta que dieron las 07:00 de la mañana, llegando a casa amaneciendo. Lo reconozco, dormí poco, pero me desperté con una sonrisa indescriptible dirección a la misa del día grande en honor a San Bernardino. Tras ello, tocó de pasar unas cañas en familia y con amigos después que duraron hasta las 17:00 de la tarde. A dicha hora, se puso a llover y no dudé en ver que era ya la ocasión perfecta para volver a casa, aunque unas gotas me mojasen porque no llevaba paraguas. Antes de llegar a casa, tuve el placer de encontrarme con una vecina de nuestro pueblo que me dijo: “Hola Marcos, siempre que veo a tu madre en la Tienda de Guille, le doy recuerdos para ti porque, hay que ver eh, nunca niegas un saludo o preocuparte más de la cuenta involuntariamente por alguien”. Respondiéndole yo: “Mi madre siempre me dice que le das recuerdos para mí y de gente como vosotros, como cualquier otra de nuestro pueblo, me hace darme cuenta verdaderamente porque me gusta tanto nuestro pueblo y porque me hace sentirme tan orgulloso del mismo. ¿Qué orgullo tan humildemente conseguido desde nuestras raíces familiares eh? Orgullo de dónde venimos, de lo que tenemos, de lo que somos y, sobre todo, de lo que transmitimos, incluidos los recuerdos”. Dándome las gracias con la voz entrecortada y dos besos, no pudo evitar emocionarse por decir algo que verdaderamente sentí, siento y sentiré.

Y es que la vida se resume en dar verdaderamente todo lo que tienes por lo que sientes, incluyendo el humedecerte los ojos por una felicidad acumulada. La vida no es una carrera, no es ganar, no es dar lecciones, al igual que nosotras las personas, no somos una lista de mercado a la que solamente preguntar cómo estás como si fuésemos robots programados. La vida es ser tú mismo, que no se te quite la sonrisa de la cara nunca y, sobre todo, disfrutar de los momentos vividos al lado de las personas interminables.

En definitiva, mundos paralelos que muestran burbujas en las que vivimos personas llenas de pensamientos pero que, pese a las ruinas, siempre estaremos ahí para todo y, sencillamente no por obligación, sino por sentir el cosquilleo de notar cómo sucede involuntariamente hacerlo, es decir, estar siempre presente porque lo sientes a través del alma y del corazón.

Dedicado a la vecina del piso 13, a  ese pueblo, nuestro pueblo, del que me siento orgulloso diciendo que es mi lugar preferido y, sobre todo, a todas esas personas que me hacen irremediablemente sonreír y hacernos interminablemente grandes.






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