sábado, 23 de junio de 2018

La existencia de los mejores regalos del mundo.



Hay fenómenos como el ser feliz y no dejar de mostrar sonrisas que, sin lugar a dudas, son posibles. Últimamente, yo lo vengo relacionando con volver a sentir la felicidad de volver a ser niños, es decir, recordar y rememorar situaciones en las que, sin darnos cuenta, el ser felices de verdad y con muy poco, era una verdadera realidad. Y a día de hoy, lo relaciono con volver a recorrer las calles que me han visto crecer, en las que se disfrutaba demasiado durante muchas horas en las noches de verano jugando hasta las tantas y en las que, incluso, he tenido el gran obsequio de conocer a mis mejores amistades. Si, una vez más de muchas, vuelvo a hacer referencia a ese lugar inconfundible y preferido que simboliza no solo un mero orgullo para mí sino la mejor de mis sonrisas cada vez que, simplemente, hago referencia sobre dicho lugar. 

Y es que cuando se es feliz y no se deja de mostrar sonrisas latentes, uno mismo se atreve a descifrar el significado de palabras tan complejas como utopía. Si, utopía, esa palabra que en todos los manuales teóricos tanto lingüísticos como históricos, te reflejan que utopía significa según la Real Academia de la Lengua Española: “Planproyectodoctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización. Desde mi punto de vista, teóricamente, la definición anterior se queda muy corta en cuanto a contundencia, aún más, cuando siempre se ha tomado a la palabra utopía como algo irrealizable. No hace mucho tiempo, escuchaba una definición preciosa vía audio sobre la palabra utopía y, una vez más debo ser sincero, la bonita tonalidad de dicho audio era inmejorable, sin embargo, no estaba muy conforme con su definición debido a su explicación muy cercana a lo teórico. ¿Por qué mi disconformidad sobre ello? Antes de comenzar mi etapa universitaria, tuve el honor y placer de escuchar a Federico Mayor Zaragoza, Ministro de Educación y Ciencia en 1982 y Director General de Unesco entre 1987 y 1999, en una conferencia que expuso lo siguiente: “A la sociedad en su conjunto, la controlan y desgastan imponiéndole la palabra utopía como algo irrealizable desde sitios tan concretos como nuestros gobernantes, los medios de comunicación y, lo peor de todo, la mentalidad de la gente. Lo que la sociedad de nuestros días a veces no sabe o no quiere darse cuenta, es que debe y puede levantarse para luchar por lo que quiera. Cada paso dado, es estar más cerca de conseguir tumbar una utopía”. A día de hoy, el mundo en su conjunto ha conseguido tumbar bastantes utopías impensables.

Ya en mi etapa universitaria, en segundo de carrera para ser más concreto, mi profesora de Biogeografía Concepción Fidalgo preguntó en plena clase: “¿De verdad creéis rotundamente todo lo que os digo teóricamente en una clase como esta? Chicos, despertad, aquí en mis clases no quiero formar a meros universitarios con estudios sino preparar vuestra inteligencia para saber cómo afrontar cualquier problemática ante la vida”. Y recuerdo como si fuese ayer, que éramos 50 personas en sus clases y, sin querer ocultarlo, no era muy afín a asistir a sus clases trabajando dicha asignatura muchos días desde casa y siempre entregando los pertinentes trabajos. El día del examen final, fuimos 20 personas contadas a dicha prueba final, nos quedamos 10 alumnos a la media hora y, finalmente, aprobamos solamente 6 personas dicha asignatura, entre ellos yo. ¿De verdad me veis de creer teóricamente en el significado de la palabra utopía? A día de hoy, y desde hace algunos años, mantengo y siempre mantendré que un colegio, un instituto y una universidad puede darte el saber, sin embargo, las experiencias de vida tomadas como la mayor sabiduría de todas te las da las injusticias, los momentos en los que tienes que demostrar tu verdadera valía sean cual sean las circunstancias y, sobre todo, no dejando de luchar incansablemente nunca venga lo que venga. Y es que las experiencias de vida, como las pocas que me pudieron dejar mis abuelos tanto maternos como paternos a diferencia de las muchísimas que me gustaría haber obtenido de ellos, me han demostrado que uno mismo no simboliza lo que dice un papel como un título o lo que dice una mera cifra numérica de nuestras características sino lo que eres: Ser tú mismo.

Que los mejores regalos del mundo existan, significa que, como dije hace escasos días a todo un ejemplo de persona mirándole a los ojos en su despacho algo emocionado, hay regalos que no son materiales y, encima, no se pagan con dinero como: Tenerlo claro, no dejar de desistir, no dar la vuelta atrás en situaciones en que la vida, una vez más, elegiría por ti pidiéndote tirar la toalla y, sobre todo, en vano. Porque, últimamente, reitero estar viendo que los mejores regalos del mundo existen y están relacionados como pequeños detalles como: Agradecer las cosas, afrontar todos los problemas que se presenten, arriesgarse, decir lo que realmente sientes, mostrar el ser tú mismo, mirar a los ojos, ser amable con todo el mundo y, sobre todo, sentirte como nunca y, ante todo, vivo. También, reír a carcajadas cada vez que mi madre me llama ‘correcaminos’ por no parar quieto, sentir un cariño profundo cada vez que mi padre pues se le nota contento sin decir mucho, sonreír por mi hermana porque, pese a todo, siempre está para ayudar pese a incluso lo que le pase a ella, abrazar a una de mis mejores amigas tras ver en sus ojos que hacía mucho tiempo que no me veía tan contento y liberado, dar las gracias a uno de mis mejores amigos por notarme bien y estar ahí, mirar a los ojos de personas irrepetibles y únicas que significan hogar como mínimo, tener el orgullo y la satisfacción de haber conseguido sentir y transmitir absolutamente todo lo expuesto ante personas que tenías más que ganas no de sorprender sino, simplemente, de conociesen mi verdadera versión y disfrutar a carcajadas sin cesar, pensando en ‘cuánta razón’, ante la denominación impuesta de que se me hace el culo ‘chiqui chaqué’.

Hoy, para muchos y es una pena, está de moda y siguen la tendencia de no sentir y desconocerse. Sin embargo, soy de los que tienen más que claro que hay personas únicas e irrepetibles, que te marcan, que tienen un algo muy intenso difícilmente visto anteriormente e, incluso, hasta el punto de notar el brillo y la profundidad de su forma de ser nada más verlas. Si, hago referencia a esas personas vitales que, para mí, tienen claro el significado de ser el mayor de los mejores regalos del mundo y, aún más, cuando uno mismo ve que le potencian como el que más existiendo una conexión imparable hasta el punto de estar siempre, pase lo que pase, importándome hasta sus más mínimos problemas.

En definitiva, Gabriel Celaya ya dijo que la “la poesía es un arma cargada de futuro” y yo hoy, en días en los que nos aborrecen de información por doquier, digo que el decir sin tapujos lo que sientes, es una bomba de relojería que no cualquiera se atreve a demostrar. Sin embargo, yo sí: Significa ser fiel a mismo y mis principios, no perder mi verdadera esencia y, sobre todo, sentirme vivo con la sensación de confort total de querer comerme el mundo y sentirme completo absolutamente.

Y es que hay cosas que no se buscan y que surgen como ser feliz, de verdad y con mayúsculas sintiéndote en la cresta de la ola. ¡Feliz 23 de junio de 2018!







martes, 22 de mayo de 2018

Dualidades paralelas: Historia de un ascensor y momentos imborrables en el pueblo.

*Basado en hechos reales.

Queriendo imitar o parafrasear a la gran de obra de Buero Vallejo titulada Historia de una escalera, me veo en la necesidad total, debido a los sentimientos transmitidos, de compartir lo vivido en primera persona no hace muchos días: Entrando poco a poco en contexto, era mediodía y tocaba llegar a mi piso de Madrid con la clara intención de comer para volver al trabajo por la tarde. El día era algo más que primaveral debido al calor ya sofocante y, sin querer ocultarlo, era el típico mediodía en el que llegaba con prisa y con el autoestima con algo de cansancio porque, al fin y al cabo, pensaba que el fin de la semana laboral tardaba demasiado en llegar. Sin embargo, tras entrar al portal, toda esa sensación enrarecida cambió porque, sin lugar a dudas, es alucinante lo que puede cambiar todo con esos pequeños detalles y aún más, los detalles inmateriales: Regalar abrazos, consejos, tiempo y sonrisas interminables, es decir, esas intenciones que le hacen a alguien aún más grande. Nada más entrar al portal, pude ver como un ascensor que me llevaría al piso 11, casi se me escapa literalmente por escasos segundos, sin embargo, una mujer vecina que se dirigía al piso 13 tuvo la amabilidad de abrir la puerta para que no perdiese dicho ascensor. Aquel acto amable fue simplemente el comienzo de un cambio total en mi semblante para ir sonriendo progresivamente, todo ello, porque nada más comenzar a subir hacia los primeros pisos hasta el final del trayecto, ella con todo el carisma del mundo, me dijo buscándome con la mirada de querer aconsejarme: “Hay que ver, bendita juventud. Tenéis que luchar, no dar nada por perdido, insistir y perseverar por cómo están cambiando las cosas. La esperanza es lo último que se pierde y, chico, te lo dice una mujer que fue todos los días a ver a su propia madre en coma durante cuatro años y, finalmente, no despertó”. En ningún momento salvo ese inesperado final, dejé de acrecentar mi sonrisa y, tras unos breves segundos de silencio, accedí a salir del ascensor pero no, no pude aguantarme y, también tras casi cerrar la puerta del ascensor al salir, volví a abrir para simplemente decir: “Adorable no es solo que exista gente así, como usted, con sus historias, heroico es que usted haya abierto su interior para contar algo tan íntegro dados los tiempos que corren. Y dado que usted ha tenido el detalle de contarme algo, creo que me toca a mí decirle que, no hace mucho tiempo, una más que importante chica me agradeció con su corazón en la mano el darle un consejo y decirle que hay que creer más que nunca y que la esperanza es lo último que se pierde en cuanto a ser agradecidos e impartir amor del bueno incluso en los actos, haciendo una clara referencia a alguien que, sin pensarlo ni un solo segundo, dio seguramente un abrazo inolvidable a alguien que de su entorno que, casi sin darse cuenta, significa un todo. Y es que creo firmemente que lo que hay que hacer, por encima de todo y siempre que se pueda, es disfrutar con cabeza de esos momentos a modo regalo que no nos puede otorgar cualquiera en estos momentos que discurren”.

Tras aquello y mirarnos finalmente con una mirada de gratitud por el intercambio de opiniones, accedí definitivamente a entrar a mi piso con una sensación total de que me invadiesen los pensamientos y, con toda la efusividad de ello, cerré la puerta de mi piso para inmediatamente dar lugar a pensar que: No hay mayor honor, regalo y privilegio que ser uno mismo tanto como para ti mismo como también para alguien, con tus virtudes y defectos, incluyendo tus miserias y, encima, que ese alguien decida quedarse para y pese a todo. Y lo digo porque existen personas únicas con características, detalles, miradas y rasgos que no es que no solo no los tenga cualquiera sino que son casi imposibles de ver y que, sin dudarlo un solo segundo, no solo te hacen creer que mantienes la fe total en conocer a alguien irrepetible sino que te vas dando completamente cuenta de que no puedes darte el capricho de desprenderte de personas así, tan brutalmente completas en todos los sentidos. ¿Y sabéis por qué? Porque la cuestión no es compartir miradas, sino que sean recíprocas, no es ayudar a alguien sino ser ejemplos de un máximo apoyo desinteresado que no sea otra cosa que sea sentirlo, no es transmitir a alguien ser imprescindible sino no poder hacerte ni tan siquiera a la idea de que es imposible estar sin su imagen y no solo eso sino, incluso lo más importante, sentir que eres tú mismo, que no has cambiado, sino que has evolucionado para mejorar y con creces mediante el brillo que emiten tus propios ojos.

Por otro lado, este fin de semana pasado han sido Fiestas en Honor a San Bernardino 2018 en mi pueblo Velada y, sin exagerarlo ni dudarlo ni tan siquiera un momento, esta celebración me ha llevado una vez más a darme verdaderamente cuenta de saborear los momentos porque, sinceramente, he podido disfrutar más que de lo lindo de un conjunto variado formado por: Las bodas de oro, personas vinculadas a nuestro pueblo y que llevan exactamente casadas-unidas en matrimonio durante 50 años y es que, sinceramente, actos así te hacen darte cuenta de que el sentimiento de orgullo de tal durabilidad llena a uno mismo. Tras ello, antes de medianoche, tocó disfrutar de una comunión en compañía de familia y amigos en Navalcán. Y como colofón a la noche, llegando de vuelta a Velada sobre las 02:15 y teniendo la certeza de querer quedarme en casa mientras mis padres se habían quedado en la plaza tomando unos churros, pero: ¿De verdad hablaba en serio con querer quedarme en casa cuando mis padres llegaban a casa sobre las 03:00 diciéndome “nos han preguntado algunas personas sobre que si no bajabas, y uno de ellos tu primo Alejandro diciéndome que el concejal más joven de nuestro pueblo debería dar ejemplo”? Pues dicho y hecho. Sí, de esas noches en las que tu sentimiento de felicidad notoria no se te quita de la cara y, más aún, por esos momentos y personas que te potencian dicha sonrisa cada día y eternamente. Nada más llegar a la plaza, todo fue disfrutar, compartir momentos con gente que es capaz de decirte “Marcos, eres buena gente y, encima a pesar de que tengamos pensamientos diferentes, después de tomarnos algo que sé que no me vas a negar, tengo que reconocerte algo y es: Eres buena gente, nos conocemos desde pequeños, hemos jugados partidos como rivales y escasas veces te he ganado. Pero, ante todo, eres un amigo al que quiero porque casi todo el mundo como yo decimos que tienes buen corazón y dices todo tal cual lo sientes, como dar recuerdos a mi padre hacia a mi o estar orgulloso de nuestro pueblo nombrándolo desde el afecto que te caracteriza siempre que tienes ocasión”. Pues mira, amigo Álvaro, aquí quiero plasmar lo que te dije literalmente la noche de este sábado pasado: “Mírame a los ojos y escúchame; ¿Has notado alguna vez la sensación íntegra de sentirte completo y tú mismo hasta el punto de disfrutarlo tanto que, muchas veces, sentirte la persona más afortunada del mundo por sentir eso, una situación de que, pese a todo, eres feliz de verdad?” Inmediatamente, surgió el abrazo dado entre nosotros y, absolutamente sin mirar en ninguna ocasión el reloj, puedo decir que disfruté como no hace mucho tiempo que no lo hacía hasta que dieron las 07:00 de la mañana, llegando a casa amaneciendo. Lo reconozco, dormí poco, pero me desperté con una sonrisa indescriptible dirección a la misa del día grande en honor a San Bernardino. Tras ello, tocó de pasar unas cañas en familia y con amigos después que duraron hasta las 17:00 de la tarde. A dicha hora, se puso a llover y no dudé en ver que era ya la ocasión perfecta para volver a casa, aunque unas gotas me mojasen porque no llevaba paraguas. Antes de llegar a casa, tuve el placer de encontrarme con una vecina de nuestro pueblo que me dijo: “Hola Marcos, siempre que veo a tu madre en la Tienda de Guille, le doy recuerdos para ti porque, hay que ver eh, nunca niegas un saludo o preocuparte más de la cuenta involuntariamente por alguien”. Respondiéndole yo: “Mi madre siempre me dice que le das recuerdos para mí y de gente como vosotros, como cualquier otra de nuestro pueblo, me hace darme cuenta verdaderamente porque me gusta tanto nuestro pueblo y porque me hace sentirme tan orgulloso del mismo. ¿Qué orgullo tan humildemente conseguido desde nuestras raíces familiares eh? Orgullo de dónde venimos, de lo que tenemos, de lo que somos y, sobre todo, de lo que transmitimos, incluidos los recuerdos”. Dándome las gracias con la voz entrecortada y dos besos, no pudo evitar emocionarse por decir algo que verdaderamente sentí, siento y sentiré.

Y es que la vida se resume en dar verdaderamente todo lo que tienes por lo que sientes, incluyendo el humedecerte los ojos por una felicidad acumulada. La vida no es una carrera, no es ganar, no es dar lecciones, al igual que nosotras las personas, no somos una lista de mercado a la que solamente preguntar cómo estás como si fuésemos robots programados. La vida es ser tú mismo, que no se te quite la sonrisa de la cara nunca y, sobre todo, disfrutar de los momentos vividos al lado de las personas interminables.

En definitiva, mundos paralelos que muestran burbujas en las que vivimos personas llenas de pensamientos pero que, pese a las ruinas, siempre estaremos ahí para todo y, sencillamente no por obligación, sino por sentir el cosquilleo de notar cómo sucede involuntariamente hacerlo, es decir, estar siempre presente porque lo sientes a través del alma y del corazón.

Dedicado a la vecina del piso 13, a  ese pueblo, nuestro pueblo, del que me siento orgulloso diciendo que es mi lugar preferido y, sobre todo, a todas esas personas que me hacen irremediablemente sonreír y hacernos interminablemente grandes.






domingo, 8 de abril de 2018

A VIVIR, joder.


Tras las 12 campanadas de año nuevo, hace bastantes días que ya firmaba sonrisas pero: ¿Por qué no hacerlo ante las circunstancias tan buenas? Desde mi punto de vista, hablar de que año nuevo es vida nueva, es uno de esos típicos tópicos que se utilizan de manera más que redundante. Sin dudarlo ni un solo momento, quedándome aún mucho por aprender, tengo claros los siguientes principios: Luchar incansablemente por todos los objetivos que se planteen, perseverancia en nuestros sueños y, también, no parar de disfrutar de esas pequeñas victorias que se consiguen llorando inclusivamente de alegría posteriormente.

El mismo día 1 de enero de 2018, mi madre me pidió que le acompañase al cementerio para hacer una visita a mis abuelos maternos tras la misa de año nuevo. Yo hice lo de siempre, es decir, llegar darles un beso y no dejar de mirarles aunque sea en una diminuta foto juntos en diferencia de lo que significaron para todos nosotros, su familia, y para mucha de la gente de nuestro de pueblo. Sin embargo, y eso que no suele hacerlo seguramente por aguantarse, mi me madre se puso a llorar sin poder controlarse llena de nostalgia y de recuerdos. ¿Cómo no seguir yo a mi madre llorando tras leerla en los labios decir “¡Cómo os echamos de menos!” y, además, cuando cada vez que leo que perdí a mi abuela materna en un enero de 1970 con tan solo 32 años? Sí, yo tampoco pude controlarlo, esos momentos que en te marcan y te hacen estar más que humildemente orgulloso de ser quién eres y, ante todo, de dónde se viene.

Y automáticamente, con otros episodios vividos con los que siempre se crece uno aún más y tras aquello, es cuando se solidificaron en mí firmemente esos principios que he enumerado al principio. ¿Cómo no hacerlo cuando mi propia madre me dijo en su momento, sorprendiéndome totalmente: “Marcos hijo, siempre estamos charlando, debatiendo y a veces regañando de manera cotidiana cuando, verdaderamente, hay que sonreír y vivir dando gracias de lo que tenemos que, sinceramente, son ganas de disfrutar todo lo que se pueda, de sonreír y de vivir al máximo. ¿No crees?”. Y sí, sonreí a modo de hacerle una auténtica reverencia por esas verdades ‘como puños’ tan grandes.   

Divina inspiración de escribir, de elaborar narraciones mediante lo que me sale de lo más profundo de mis adentros y, todo ello, influido tanto por esas quedadas y visitas en familia como, sobre todo, por un fin de semana retorcido entre auténticos abrazos llenos de cariño, complicidad y eternidad. Ayer, esas quedadas en casa, donde casi por sorpresa, nos juntamos todos. Hoy, más de lo mismo, pero en casa ajena que, al fin y al cabo, significan hogar al estar todos juntos. Con toda la sinceridad del mundo, no puedo llegar a la realidad total de definir y explicar lo que significa el tan solo imaginar lo que muchos de nosotros, nuestra familia, somos para los que no están. Tanto es así que, siempre desde la humildad más absoluta, es un orgullo el recordar a mi familia mediante esos pequeños pero más que importantes detalles objetos que nos identifican aún más a lo que eran ellos. Y cómo no, volviendo a mirar a esos ojos que son un espejo de sonrisas para cualquier alma por la genuinidad' total y en todos los sentidos que emiten.

Dejémonos de charlas sin sentido, de generalidades, de mal interpretaciones que no llevan a absolutamente a nada y de desencuentros que no hacen más que aumentar fricciones. Cambiémoslo por dar sentido a los verdaderos detalles con sonrisas por muchos momentos incomparables, por dar abrazos que signifiquen apretones totales al alma de la otra persona, por compartir miradas que más que conecten impliquen a saber de sobra lo que se busca con un simple parpadeo diciéndote todo llenándote de positivismo y por arriesgar si la ocasión lo merece una infinidad de veces.  

En definitiva, antes siempre decía que hay que disfrutar de todo incluida la campana que hoy nos deja vivir. Sin embargo, hoy soy más de: Sonrisa siempre en la cara, ganas de luchar y de vivir al máximo y, sobre todo, aprovechar el tiempo, ese regalo tan inmaterial que todos tenemos cerca de gente que tienen el significado de vida. Bastante tenemos ya con lo que tenemos a diario, como para desaprovechar arriesgarse, luchar ante todo y, con ello, disfrutar como el que más.

Dedicatoria y mención especial a toda esa gente que tiene el verdadero significado de inspiración en esto y, sobre todo, en todo lo que vendrá.






martes, 9 de enero de 2018

Un año, dos meses y veinticuatro días.

*Basado en hechos reales y dedicado a mi padre, Patricio García Sobrino.

El 11 de octubre de 2016 fue martes y, sin duda alguna tras salir del trabajo a mediodía, volvía a reflexionar no más de 10 segundos sobre la dualidad entre volver a mi piso de Madrid a comer o irme al pueblo a modo aventura casi sin avisar, como muchas veces hago, debido ser aquel día el 50 cumpleaños de mi madre. Pues así fue, tras salir del trabajo a mediodía, tomé el metro dirección a Príncipe Pío y allí cogí el siguiente autobús que me acercó un poco más al pueblo. Aquel día se pudo resumir en un cumpleaños lleno de sorpresa, momentos en familia y situaciones en las que las preocupaciones sobre no perder la sonrisa eran mayores que los problemas de diario.

El 12 de octubre era festivo al ser Día de la Hispanidad y, tras pasarlo realmente bien tal y como siempre suelo hacer en el pueblo: Disfrutar al máximo de ese lugar que tanto me encanta, sobre todo, con planes con amigos y visitas familiares, tomé la decisión de que volvería a Madrid en coche esa misma noche no muy tarde.

Dicho y hecho, creo recordar que sobre las 22:00 horas salí de casa en nuestro Opel Corsa blanco, volviendo a repetir una vez más lo que llamo ‘mini hazañas’ de hacer un viaje de ida y vuelta tan largo en menos de dos días, ya que yo el viernes tras salir del trabajo a mediodía, me volvía al pueblo en ese coche que muchos sin saber sus mayores secretos denominan mayor. Papá la entrada de hoy va por ti, y la primera mención que te dedico es que aún sigo más convencido que nunca al decir que me costaría cambiar ese coche por otro más nuevo, es decir nuestro ‘chiquitín’, y  con mayor motivo aun cuando solo tú y yo sabemos el amor dedicado y, también, lo que ese coche guarda en sus más profundos adentros.

El jueves 13 de octubre, trabajé de 08:00 a 15:00 con una normalidad total, creo haber tenido algún plan por la tarde en La Vaguada y, después de cenar como casi siempre hago, llamé a mi casa encontrándome los primeros silenciosos avisos por mi madre: “Tu padre ha llegado muy cansado el trabajo, le duele bastante la cabeza y se ha ido a la cama”. Mientras tanto, yo también trabaja con normalidad el viernes 14 de octubre y, tras salir y comer en Madrid a mediodía, salía dirección al pueblo sobre las 17:00 de la tarde. ¿Os podéis imaginar no? Atasco monumental en la M-40 a la altura de la salida de Pozuelo dirección a la A-5 y, cómo no, en Móstoles hasta la salida del Xanadú ya en la A-5. Finalmente, a las 19:30 hice una parada a unos 20-25 kilómetros del pueblo,  y en la que recibí esa llamada de mi madre que a nosotros nos puede marcar un antes y un después: “Marcos, ¿Dónde estás, no venías esta tarde? Estoy preocupada, tu padre acaba de venirse del trabajo porque se encuentra mal. Tiene mucho dolor en la cabeza, dice que apenas tiene fuerza, no se le entiende mucho al hablar y tiene el gesto labial algo torcido...”. Ni respondí, simplemente corté la llamada para llegar a casa lo antes posible.

Tras ello, esos 20-25 kilómetros que faltaban por llegar al pueblo, se me pasaron bastante rápido: ¿Os podéis imaginar que intenté tardar lo menos posible, no? Al mismo tiempo, dadas las explicaciones telefónicas que me acababa de decir mi madre, cada kilómetro más cerca del pueblo, cobraba más fuerza la teoría de que a mi padre estaba sufriendo un ictus. Al llegar a la puerta de mi casa y aparcar, pensé para mí mismo: “Marcos, hoy ánimo, sobriedad y tranquilidad, que es lo que necesitan en estos casos”. Al entrar a casa, allí estaba mi padre sentado en una silla del comedor, sí mi padre, ese humano castellano que podía estremecerse de dolor pero que aquel 14 de octubre de 2016 me dijo: “Hijo, no sé qué me pasa, pero me duele mucho la cabeza y, además, veo que no tengo fuerza y me cuesta agarrar las cosas con la mano”, respondiendo yo: “Mamá, coge la cartilla médica y abrigos, que salimos ya para urgencias”.

Dicho y hecho, en urgencias primarias de Velada, mi padre presentó síntomas de estar sufriendo un ictus (a veces no se le entendía al hablar, presentando disminución de fuerza corporal y gesto facial torcido) y, además, 26 de tensión: Todo ello, estando consciente. Mi padre, 20 minutos más tarde, era trasladado al Hospital General Nuestra Señora del Prado de Talavera de la Reina. No le vi entrar a las urgencias de dicho hospital, al ir yo en nuestro coche detrás de la ambulancia y mi padre iba con trato preferente debido a que un volante de atención de urgencia primaria expresaba “paciente con posible accidente cerebrovascular (ACV)”. Desde las 20:30 que llegamos al hospital hasta las 02:30 que nos dieron las primeras observaciones, fue eterno: Largos paseos en la sala de espera, charlas intentando tranquilizar a mi madre, llamadas contando lo ocurrido a mi hermana, tíos y demás familia, etc.

En los momentos de espera todo se hizo eterno, el tiempo se ralentizó y los recuerdos de todo lo vivido con ese ser querido se me pasaban por la cabeza. Automáticamente, en esos momentos de espera, también busqué información acerca sobre qué es realmente un ictus. A día de hoy, somos muchas las personas que sabemos vulgarmente lo que es un ictus al haberlo vivido de cerca por nosotros mismos o, como en mi caso, por un familiar cercano. En términos coloquiales, un ictus es la falta de oxígeno trasladado en sangre al cerebro. Dando un concepto más científico sobre qué es un ictus, es la falta de oxígeno en el cerebro debido a una insuficiencia en los vasos sanguíneos que suministran dicho oxígeno en la sangre que llevan al cerebro. Dicho de otro modo, un ictus es el equivalente a un infarto de corazón, pero en el cerebro.

A las 02:30 nos llamaron por megafonía, el medico que estaba llevando el caso de mi padre salió y nos dijo: “Podríamos decir que su padre ha sufrido pequeños episodios de insuficiencia de oxigeno transportado en sangre al cerebro, sin formar coágulo sanguíneo alguno, por lo que estamos hablando de un ictus isquémico. El paciente está consciente, estable y estará las próximas horas en observación”. También, a mi madre, demás familia y a mí, nos recomendaron irnos a casa, dado que haríamos prácticamente lo mismo que allí, intentar descansar. Lo admito, esa noche la pasé en el salón de mi casa y no pude dormir. Tras aquello y pasados unos días en los que queríamos no darle tanta importancia al asunto familiarmente, fueron muchas las personas que se preocuparon (conocidos, compañeros de trabajo, amigos, compañeros de partido, familia, etc.). ¡Mi gratitud a todos ellos!

Como el título indica, ayer pasaron un año, dos meses y veinticuatro días de aquel digamos que momento áspero, y ayer volviste al trabajo después de esperar tanto. Al fin y al cabo papá, como te diría hablando a un escaso metro en una comida familiar, todo quedó en un aviso y en un amargo susto. Desde aquel instante, te tomas algunas pastillas diarias, dejaste de lado fumar al igual que  otras cosas, no has dejado de ser algo cascarrabias pero, sin dudarlo ni un solo segundo, nunca has dejado de ser ese buen padre que muchas veces me ha inculcado con su forma de ser esta sabia frase: “Sí te planteas un objetivo, pase lo que pase, lucha por conseguirlo”.

A día de hoy, uno de los mayores regalos de estas navidades 2017-2018 es decir que soy un afortunado al seguir disfrutando de ti, que a tu familia nos tienes para lo que sea y que, aunque ella no lo diga, a tu nieta se le cae la baba a la hora de pasar momentos con su abuelo materno o, conocido por ella como ‘lolo’, al igual que te pasa a ti. Papá, dúrame al menos como ese abuelo tuyo y bisabuelo mío que portaba tú mismo nombre, y que llegó a los 87 años. Papá, tú vas a cumplir 60 el próximo 18 de julio de 2018 por lo que, sobre todo, sigamos disfrutando de la vida al máximo.

Papá, te lo dedico, con fotos de esos momentos que he relatado, mostrando el regalo que unos cuántos te hicimos últimamente y, también, con esa canción que tanto te gusta: